Deben preferir escuchar discursos verdaderos que bien elaborados
Debeant veriores quam disertiores audire sermones
Deben preferir escuchar discursos verdaderos que bien elaborados [1].
La siguiente frase es tomada de una maravillosa obra agustiniana [2] sobre la instrucción Cristiana, llamada «De Catechizandis Rudibus» [3], que es una respuesta a una consulta del diacono Deogracias de la ciudad de Cartago. La frase tal como la comparto puede generar cierto entendimiento de lo que ella quiere decir o diversas interpretaciones que se contrapongan; por esto, se requiere contextualizar y observar su aplicación, y es lo que me he propuesto hacer en este breve escrito.
La frase está contenida dentro del consejo agustiniano de cómo enseñar a los gramáticos y oradores a la hora de darle entrada al cristianismo; de hecho, para Agustín, este tipo de personas, que poseían un gran conocimiento de la literatura, dialéctica, es decir, de la cultura clásica, tenían un gran obstáculo, o ciertos obstáculos que requerían ser abordados, los cuales Agustín experimentó en su propia vida, como lo dice en sus Confesiones: «simplemente me parecieron indignas de parangonarse con la majestad de los escritos de Tulio. Mi hinchazón recusaba su estilo y mi mente no penetraba su interior» [4]. Agustín rechazaba la Sagrada Escritura por no tener la majestad de los escritos de Cicerón, así que por experiencia propia sabe que los oradores y gramáticos podrían, como él, hacer de la cultura clásica un ídolo. Por lo que se debe presentar a estos en sus inicios la humildad Cristiana: «llevados de la humildad, teneos unos a otros por superiores» [5], «revestíos de humildad, porque: Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes» [6]. Observemos su siguiente consejo, en el mismo capítulo donde está contenida la frase en cuestión:
Cuando vengan para hacerse cristianos debemos dedicarnos más ampliamente que a los otros iletrados, pues deben ser diligentemente amonestados a que, revestidos de la humildad cristiana, aprendan a no despreciar a los que, según saben muy bien, evitan con más diligencia los defectos de las costumbres que los del lenguaje, y no se atrevan a comparar un corazón puro con la habilidad de la palabra, aun cuando antes estuvieran acostumbrados a preferir aquella habilidad [7].
Y posterior a la frase en cuestión, pero, dentro del mismo capítulo, Agustín dice lo siguiente:
De esta manera no se reirán cuando se den cuenta de que algunos obispos y ministros de la Iglesia invocan a Dios con barbarismos o solecismos, o no entienden o pronuncian de mala manera las palabras que emplean. Y no es que todo esto no deba corregirse, de modo que el pueblo responda «amén» a lo que entienda perfectamente, sino que incluso deben saber tolerarlo los que han aprendido que en la Iglesia lo que cuenta es la plegaria del corazón, como en el foro cuenta el sonido de las palabras. Y así la oratoria forense puede algunas veces calificarse de buena dicción, pero nunca de bendición [8].
Una vez contextualizada la frase «Deben preferir escuchar discursos verdaderos que bien elaborados» vemos que va dirigida en primera instancia a cierto tipo de hombres con algo de formación en la cultura clásica, hombres que podrían preferir discursos bien elaborados y por ende perderse los discursos con mas contenido teológico, piadoso y práctico, que, a veces, proviene de discursos no tan perfectamente elaborados. De hecho, una frase previa a la discutida aquí es la siguiente: «los conceptos deben ser preferidos a la palabra» [9]. La búsqueda exagerada de la elegancia en el lenguaje, es un ídolo y por consiguiente un estorbo para seguir el camino del Cristianismo. Como vimos esta idolatría llevó a Agustín a rechazar la Sagrada Escritura («Mi hinchazón recusaba su estilo»), pero cuando Dios obró en él, entendió lo siguiente:
Y en cuanto a los absurdos en que antes yo solía tropezar, habiendo oído explicar en un sentido aceptable muchos de sus lugares, lo atribuía ya a la profundidad de sus misterios, pareciéndome la autoridad de las Escrituras tanto más venerable y digna de la fe sacrosanta cuanto que es accesible a todos los que quieren leerlas, y reserva la dignidad de su secreto bajo un sentido más profundo, y, prestándose a todos con unas palabras clarísimas y un lenguaje humilde [10].
La frase en cuestión («Deben preferir escuchar discursos verdaderos que bien elaborados») también está dirigida a todos aquellos que enseñan (De hecho, este libro, De Catechizandis Rudibus, está dedicado a un Diacono), pero, no solo a aquellos que de algún modo enseñan, sino también a aquellos comisionados para dispensar la Palabra de Dios en la iglesia. Después de todo, el término latino «sermones» (utilizado en la frase), que significa «discurso», es el mismo utilizado por muchos Padres de la Iglesia para referirse al discurso predicado por los Obispos (Pastores o Maestros) a su rebaño. En consecuencia, los que enseñan y dispensan la palabra de Dios en la iglesia deben preferir disertar discursos verdaderos que bien elaborados.
Ahora, alguien podría aventurarse y decir que debemos preferir discursos bien elaborados a la vez que verdaderos. Admito que hasta cierto punto esto es correcto, porque debemos esforzarnos por elaborar bien nuestros discursos (por lo cual estudiamos homilética). Uno de los discursos dado por mi persona que más ha agradado a mi comunidad es precisamente un discurso que deja mucho que desear con respecto a la forma, pero fue un discurso donde reflejé mis sentimientos desde aspectos piadosos-prácticos y el cual Dios utilizó. Ahora bien, no estoy diciendo que debemos abandonar nuestro esfuerzo de elaborar bien nuestros discursos. Agustín tampoco lo diría, como lo revela la frase: «Y no es que todo esto no deba corregirse». Por el contrario, cada día debemos esforzarnos más. Pero sí estoy diciendo que poner la elaboración por encima o incluso equipararla con el contenido verdadero, es un error.
Para decir un poco mas, estableceré una distinción entre lo que es verdadero y lo que es elaborado. Lo verdadero es la verdad de Dios, lo elaborado es lo referente a la oratoria, gramática, y homilética (tal vez se pueda añadir la lógica o en resumen la forma en que trasmitimos la verdad). Lo elaborado es un instrumento esencial e importante para transmitir lo verdadero, sin embargo no tiene la misma importancia que lo verdadero. No estudiamos homilética de la misma forma que teología propia, o bueno, no deberíamos. Se deben querer discursos verdaderos y discursos bien elaborados, pero no en el mismo sentido. Hay una distinción, una preferencia, de lo verdadero sobre lo elaborado.
De hecho, la asamblea de teólogos de Westminster estuvo de acuerdo con Agustín, y conmigo, cuando aconseja lo siguiente:
Al analizar y dividir su texto (De la Sagrada Escritura), se debe considerar más el orden del asunto que de las palabras…su cuidado debería ser, primeramente, que el asunto sea la verdad de Dios [11].
Y tanto Agustín como los teólogos de la asamblea de Westminter pueden decir esto porque ya antes el Apóstol Pablo por inspiración Divina dijo que prefería discursos verdaderos que bien elaborados, cuando en una de sus epístolas comenta: «Llegué a anunciaros el testimonio de Dios no con sublimidad de elocuencia (ὑπεροχὴν λόγου) o de sabiduría (σοφίας)» [12]. En este texto el apóstol utiliza dos sustantivos que por el contexto (el contexto virtualmente da el significado) describen el espíritu de la época, el cual era la admiración de los buenos oradores, y del estilo pulcro y cuidadoso. Pero a pesar de, hay que aclarar que el Apóstol no niega en el texto citado la utilidad de la elocuencia. De hecho, él era elocuente. Lo que él rechaza es ponerla por encima o equipararla con el mensaje verdadero y poderoso del Evangelio. El Apóstol simplemente prefiere un discurso verdadero y poderoso que uno elocuente.
He contextualizado la frase, mostrado su aplicación, y también comprobé de forma sencilla que la frase en cuestión, dicha por un autor que es estimado dentro de la Iglesia, es tanto bíblica como confesional (para los presbiterianos), y que por nuestra experiencia práctica o de observación podemos decir que es correcta. A menos que se pueda comprobar que el uso que hago de 1 Corintios 2:1(b) es erróneo, de modo que pueda mostrarse que he forzado su significado, o que la intención de la norma doctrinal citada es otra y la conclusión sacada de la experiencia es incoherentes o falaz, el lector debe suscribir a la frase «Deben preferir escuchar discursos verdaderos que bien elaborados» como una mera verdad.
En conclusión, seamos diligentes al elaborar nuestros discursos, a fin de transmitir correctamente la verdad. Leamos a Cicerón y otros libros que traten sobre homilética. Yo los leo. Pero primeramente esforcémonos por enseñar la verdad y por preferir escuchar lo verdadero que lo elaborado. Este servidor aún prefiere el «De doctrina christiana» de Agustín sobre la «Hermenéutica Bíblica» de Louis Berkhof, aunque este último está claramente mejor elaborado que el primero. Espero que el lector pueda entender que decir que X es preferible a Y, no es menospreciar Y, más bien, en este breve escrito resalto que Y es necesario, pero por decir que X es preferible a Y, no menosprecio a Y, sino que alabo a X. En fin, la grey del señor y los oficiales ordinarios de la iglesia deben preferir escuchar (y procurar realizar) discursos verdaderos más que bien elaborados para «que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios» [13], y así glorificar a Dios.
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NOTAS:
[1] De Catechizandis Rudibus 9,13
[2] El impacto de esta obra en los métodos de enseñanza a través del tiempo, sobre todo en el método de instruir por medio de preguntas y respuestas, que es utilizado en nuestro catecismos protestantes, debería llevar a Luteranos, Anglicanos, Reformados, Presbiterianos (especial recomendación a los oficiales ordinarios de la iglesia) a aprovechar el gran genio agustiniano de dicha obra.
[3] La obra es conocida en español como: «Catequesis a los principiantes». Otros sugieren: «Sobre la manera de catequizar a los no instruidos». Pero yo me inclino a no traducir el termino latino Rudibus y referirme a la obra como «Catequesis a los Rudibus».
[4] Confessionum III, 5,9.
[5] Filipenses 2:3(b) Versión Nácar-Colunga.
[6] 1 Pedro 5:5(b) Versión Reina-Valera SBT.
[5] De Catechizandis Rudibus 9,13.
[6] De Catechizandis Rudibus 9,13.
[9] De Catechizandis Rudibus 9,13.
[10] Confessionum 6,5,8.
[11] Directorio para la adoración publica de Dios (de la asamblea de Westminter): Sobre la predicación de la Palabra de Dios (1645).
[12] 1 Corintios 2:1(b) versión Nácar-Colunga.
[13] 1 Corintios 2:5 versión Nácar-Colunga.
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Andrés García |
Cristiano Católico de Tradición Reformada. Estudiante de teología, estudiador de las obras agustinianas, fundador y editor de Agustinismo Protestante. Lic. en gerencia de recursos humanos. Ministro en la Iglesia Cristiana de Tradición Reformada en Venezuela-Zulia.